Les cuento que estuve en antiguo territorio Panche. Si señores! En tierras que antes de la llegada española eran de los orgullosos y guerreros indígenas Panches. Más exactamente en el Cerro de Quininí, el cual está situado en la actual población de Tibacuy (Cundinamarca), a dos horas y 20 minutos de Bogotá, Un sitio lleno de vestigios arqueológicos y de historia. Su nombre, parece ser, deriva de la diosa del mismo nombre Quininí, que significa Luna. Siendo así, les voy a contar la caminata que hice a la Montaña de la Luna.

Este cerro es un macizo montañoso que tiene de una parte el valle del rio Magdalena (occidente) y del otro el cañón del río Sumapaz (oriente), sobresaliendo majestuosamente sobre ellos. Además sus bellos paisajes contrastan con sus interesantes y variadas leyendas.

Había escuchado hablar de éste sitio, de sus hallazgos arqueológicos, y de su arte rupestre, así que contacté una empresa que hace caminatas desde Bogotá. El día acordado fue el domingo y el punto de encuentro en el sector de chapinero alto, a las 7am. Venciendo mi natural rechazo a madrugar, quede gratamente asombrada cuando llegué media hora antes de lo acordado. Me alcanzó el tiempo hasta para comprar agua en un supermercado que atiende 24 horas, la cual había olvidado en casa. Será que como se dice en Colombia «Al que madruga Dios lo ayuda»?

Todos muy puntuales llegaron y a las 7:00am la camioneta iniciaba su recorrido hacia la población de Tibacuy. Saliendo de Bogotá paramos en un restaurante, donde quienes querían desayunaron. Huevos revueltos, jugo de naranja, café negro y arepas fueron los platos preferidos de la mañana.

Tras una media hora, retomamos nuestro camino a Tibacuy. Un gran letrero con el nombre de Tibacuy nos va recibiendo. Pasamos el casco urbano y seguimos por una carretera sin pavimentar, hasta que nuestro guía nos avisa que hemos llegado y que desde ahí debemos caminar. Al bajarme del carro que nos llevó a las cercanías del Quininí, lo primero que observo a lo lejos, escondido un poco entre la neblina es el cerro. A caminar se dijo!.

El día se nos presenta un poco opaco, y el miedo de lluvia está latente, pero con decisión empezamos a subir y como si la montaña comprendiera nuestras intenciones las nubes se van disipando y el majestuoso macizo se deja ver.

Apenas hemos empezado a caminar y ya encontramos este aviso, el cual se convierte en nuestro primer indicio de que vamos por buen camino. Estoy realmente en territorio Panche!

Apenas he pasado el aviso unas bellas heliconias me reciben con toda su belleza, hasta ese momento el sendero está bastante fácil. Después comienzan unos senderos empinados. Empiezo a abrirme paso entre ellos y a medida que avanzo también prometo volver a hacer ejercicio. Aunque la belleza del lugar compensa cualquier tipo de cansancio físico.

En las piedras se encuentran muchos petroglifos. Uno de los primeros que veo es éste, según me dijeron su significado es: El alma individual conectada al espiral de la vida.

De ahí sigo caminando y llego al Bosque de Robles, un maravilloso lugar para conectarse con la naturaleza.

Y muy cerca del Bosque de Robles, se encuentra La Piedra del Gritadero, donde se realizaban danzas de poder. Por un momento imagino a los Panches adorando a la Diosa Quininí o a algún otro de sus dioses.

Caminando un poco más veo la parte lateral de la Cabeza del Indio. Según la leyenda, se dice que entre el pico y el suelo se formó una puerta por donde pasaron los espíritus de los indígenas que prefirieron lanzarse al vacío antes que dejarse esclavizar por los conquistadores españoles. Al pasar la puerta dimensional, sus espíritus se convirtieron en águilas.

Con una maravillosa vista desde este sitio, aunque comienza a nublarse, decidimos almorzar y dar tiempo para que nuevamente aclare el cerro y nos permita contemplar su belleza. Terminando de almorzar cuando la niebla fue cediendo, apareció esta perfecta cabeza indígena, formada en la roca, sobre el abismo. A mi realmente me emocionó tanto, que pensé que quizás no todos los guerreros Panches que saltaron al vacío se convirtieron en águilas. Quizás algunos prefirieron quedarse a custodiar su territorio inmersos en el mismo cerro.

Tras unos momentos de reflexión, y antes de comenzar el descenso para llegar hasta la camioneta que nos regresaría a Bogotá, pasamos por El Pico del Aguila. Esta piedra que sobresale, está suspendida parcialmente en el vacío. Aquí era el sitio donde los Panches creían que se concentraba la energía para poder pasar a planos superiores.

Desde aquella vez he regresado ya varias veces, sola,  o en grupo, pero ya por mi propia cuenta  y siempre he encontrado en este lugar la fuerza de la cultura Panche y su mística del mundo.  Un lugar sin duda al cual se debe conocer!

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